domingo, 14 de septiembre de 2014

Mensaje sin palabras

La fotografía fue tomada en Tortellà en 2014


El teléfono móvil estaba sonando y Andrea rebuscaba en el bolso sin acertar a encontrarlo.
 
-¡Está aquí! -clic-. Juan, dime.
 
-Hola cariño. Mira que te llamo porque he pedido hora para ir a ver a Estrella.
 
-¡Ah! ¿Ha pasado otra vez?
 
-Sí, sí, y ya no sé qué hacer.
 
-Bueno, a ver qué te dice. ¿Cuento entonces con que llegarás tarde?
 
-Sí claro. Me ha hecho un favor y me ha dado hora a las nueve.
 
-Vale, quizá nosotros ya habremos cenado.
 
-Claro, claro, vosotros cenad y yo ya llegaré.
 
-Vale cariño.
 
-Venga, un beso.
 
-Otro para ti. Hasta luego.
 
-Hasta luego.
 
Juan trabajaba de informático para una empresa familiar. Hacía más horas que un reloj, pero eso le permitía ahorrar, así algún día podría dejar el apartamento de una sola habitación en el que vivía para irse a una casa con jardín de las afueras. Mucho trabajo y mucho esfuerzo para cumplir un sueño. 

Y ahora otro dolor de cabeza se había sumado a los que ya tenía.
 
-Perdona que te haya hecho quedar hasta tan tarde.
 
-No te preocupes. Cuéntame qué es lo que te pasa.
 
Juan se inclinó ligeramente hacia delante, puso una mano sobre la mesa y comenzó a dibujar formas con la yema del dedo índice. Estrella era la persona a la que recurrían tanto él como su mujer cuando tenían la necesidad. Llevaba mucho tiempo tratándolos y conocía al dedillo el camino que les había llevado hasta su situación actual.
 
-Verás, el caso es que tengo un problema con un sueño -dijo él-. Es un sueño que se me repite muy a menudo y que luego me deja destrozado.
 
-¿Desde hace mucho?
 
-Pues no recuerdo bien cuando fue la primera vez que lo tuve, pero cuenta que será desde hace unas tres o cuatro semanas.
 
-¿Y cada noche?
 
-Casi todas. Igual dos días sí y uno no, pero sin seguir ningún tipo de patrón.
 
-¿Lo recuerdas bien?
 
-Por supuesto. ¿Quieres que te lo cuente?
 
-Adelante.
 
Juan dejó de juguetear con los dedos en la mesa, juntó las manos y se las frotó.
 
-Bueno. La verdad es que la escena que se me repite es bastante breve. Estoy en un parque infantil en el que hay varios juegos para niños. Entonces miro al suelo y sobre la hierba veo un balón de fútbol. Lo recojo y me doy cuenta de que a mi derecha, a cierta distancia, en el mismo parque, hay unas porterías. Yo me encuentro más o menos detrás de una de ellas. Entonces veo que en medio de lo que sería el campo de fútbol está mi padre. Él me mira y yo le grito para que juegue conmigo a la pelota. Pero entonces, él se da media vuelta y se aleja. Y por más que quiero correr tras él, apenas puedo moverme de donde estoy, porque noto que las piernas me pesan una barbaridad. Y veo como él cada vez está más lejos y yo me siento impotente y en mi interior surge una sensación muy mala, de entre vacío y miedo.
 
Juan terminó su relato y Estrella repasó las notas que había tomado.
 
-¿Qué edad tiene tu padre en el sueño? -preguntó.
 
-Ya es mayor, más o menos la edad que tenía cuando murió.
 
-¿Que eran unos cincuenta, verdad?
 
-Sí, cincuenta y tres.
 
-¿Y tú?
 
-Bueno yo a mi no me veo, pero creo que como si fuera ahora.
 
-¿Y qué ocurre después?
 
-Normalmente me despierto, muy angustiado. Y lo peor es que después no logro volverme a dormir. Lo intento, pero cuando cierro los ojos mi cabeza me lleva de nuevo a aquella escena y me vuelve la sensación tan desagradable. Luego lo que hago es levantarme, pero me queda el mal cuerpo todo el día, además del cansancio que acumulo por la falta de sueño -explicó Juan.
 
-Si sueñas eso es porque hay algún tema pendiente de resolver con tu padre -Juan puso cara de extrañez pero dejó continuar a Estrella-. No te preocupes porque es algo bastante común. Es normal que en las relaciones con las personas que queremos surjan cosas que no nos gusten o nos hagan daño y que con el tiempo olvidamos. Entonces puede pasar que algún día, sin ningún motivo, vuelvan a aflorar, y los sueños es un sitio habitual en el que aparecen. La manera de solucionarlo es sencilla. Con tal solo explicarlo a la persona que nos hizo daño desaparece automáticamente.
 
-Ya, pero en mi caso mi padre ya no está.
 
-Tranquilo que ya contaba con eso. En tu caso deberías escribir una carta en la que expliques lo mismo que le dirías en persona. Una vez que lo hayas hecho la puedes guardar o tirar, eso ya no importa. Hay quien prefiere quemarla.
 
-¿Y cómo puedo saber de qué se trata? Con mi padre me llevaba bien, bueno más o menos bien, siempre hay cosas con las que podías tener algún roce, pero que me venga a la cabeza, nada serio.
 
-Ahí tendrás que ser tú quien lo averigüe. El sueño suele dar alguna pista. Tú lo llamas pero él no te responde, igual le pediste un favor y él no te lo hizo -propuso Estrella. Juan se quedó pensando, pero no parecía encontrar aquello que buscaba.
 
-Gracias Estrella, no te quiero hacer perder más el tiempo, ya lo pensaré y haré lo que me has dicho.
 
Juan se despidió de Estrella con dos besos. Una vez más, le había echado una mano, y ya iban muchas, entre ellas, precisamente cuando su padre le dejó.
 
Llegó a casa cuando pasaban unos minutos de las diez. El ascensor le dejó en la tercera planta y sin hacer demasiado ruido abrió la puerta de entrada.
 
-¿Hola? -dijo sin alzar la voz.
 
-Hola cariño -respondió Andrea.
 
-¿Ya está durmiendo Max?
 
-Sí, lo he puesto a dormir hace un cuarto.
 
-Vaya, que lástima.
 
La dedicación a su trabajo hacía que el tiempo que Juan podía pasar con su familia fuera mucho menor del que le gustaría. El pequeño Max tenía ahora poco más de dos años y medio y Juan confiaba que en poco tiempo, cuando ya se hubieran cambiado de casa, podría recuperar todo el tiempo que ahora no le podía dedicar.
 
Andrea escuchó con interés la explicación que Estrella le había dado a Juan sobre su sueño recurrente. Ella había sufrido casi tanto como él las consecuencias derivadas y su preocupación era notable.
 
-Y no sabes a qué se debe, ¿verdad? -adivinó ella al ver el semblante de su marido. Éste permaneció unos instantes en silencio antes de contestar.
 
-Al principio no, pero viniendo hacía aquí creo que he descubierto de qué se trata -respondió con cierta frialdad.
 
-Bien, ¿no?
 
-Sí, sí, claro.
 
-¿Y entonces? ¿Por qué estás así?
 
-Andrea -la voz de Juan parecía denotar preocupación-, es que no sé cómo contártelo.
 
-¿Y eso? ¿Me tengo que preocupar?
 
-No, si no es grave. Bueno eso pienso.
 
-¡Pues dímelo ya!
 
-Es que se trata de algo que no te he contado nunca.
 
Andrea no respondió, se limitó a observarlo a la espera de que Juan prosiguiera.
 
-Es algo que pasó con mi padre sobre ti -a Juan le costaba expulsar cada palabra como si con ello se le fuera parte de su vida-. ¿Recuerdas que te dije que para comprarnos una casa como la que queremos no quería pedirle dinero a mi padre?
 
-Sí.
 
-Pues sí que se lo pedí.
 
-¿Y?
 
-Él me dijo que me lo dejaría, pero que la casa tenía que ir sólo a mi nombre. Yo le pregunté que por qué y él me respondió que... -Juan tomó su tiempo antes de seguir- que no confiaba en ti. Pensaba que cualquier día me dejarías y bueno, ya te puedes imaginar.
 
-¿Y tú qué hiciste?
 
-Le dije..., bueno discutimos un poco y al final le dije que ya no quería que me dejase el dinero. Y luego me inventé eso de que no le quería pedir nada a mi padre, bueno lo que tú ya sabes.
 
-Vaya -dijo Andrea algo desconcertada.
 
-Cariño, no te lo quise contar para evitar roces con mi padre, aunque es cierto que yo desde aquel momento tampoco mantuve la misma relación con él. Más tarde, cuando murió pensé en explicártelo, pero se me hacía muy pesado y mira, preferí olvidarlo. Lo siento -dijo cabizbajo.
 
-Juan, no tienes que disculparte. Hiciste lo que creíste mejor en aquel momento.
 
-Ya, pero ahora me siento mal por habértelo escondido.
 
Andrea percibió el sentimiento de culpa de su marido y se apresuró a abrazarlo. Él la apretó con fuerza contra sí y permanecieron juntos durante unos segundos.
 
-Va, ves a hacer lo que te ha dicho Estrella y cena lo que te he dejado en la cocina que yo te espero en la cama.
 
-Si quieres me puedes acompañar, no me importa.
 
-Creo que es mejor que cierres los temas pendientes con tu padre tú sólo -le respondió con una leve sonrisa.
 
-Ya, lo entiendo. Gracias cariño.
 
Se dieron un beso y Andrea se fue hacia el único dormitorio del apartamento. Juan, mientras tanto, se puso manos a la obra con el trabajo que tenía que zanjar, aquel asunto pendiente que después de tanto tiempo había rebrotado en su interior.
 
Juan se tomó su tiempo. Quería hacer aquella última carta, la última despedida, de una manera consciente y con serenidad. Escribiría aquellas palabras y después dejaría que el fuego las consumiese y con él sus pesadillas. Y por fin volvería a ser libre, y quería creer que con aquel acto, a su vez, su padre podría descansar en paz.
 
Y el humo poco a poco se fue elevando hacia la oscuridad del cielo. Juan cerró la balconera y se fue a la habitación. Su mujer se había quedado dormida, y a su lado el pequeño Max. Se quedó unos instantes observándolos, disfrutando de lo mejor que la vida le había regalado y después se acostó en el lado vacío de la cama.
 
-¿Ya está? -preguntó Andrea que se había despertado al escucharlo entrar.
 
-Sí cariño, ya está.
 
-Muy bien.
 
-Andrea.
 
-¿Si?
 
-Tengo mucha suerte de estar contigo.
 
-Yo soy la afortunada.
 
-Y de tener a Max -añadió.
 
-Sí, es un niño maravilloso.
 
-Tengo ganas de poder pasar más tiempo con él.
 
-Él también. Hoy quería ir a jugar a pelota contigo.
 
-A ver si puedo mañana. Buenas noches.
 
-Buenas noches cariño.
 
En ciertos momentos de la vida, cuando no se tiene suficiente edad para poder expresar los sentimientos con palabras, existen otros mecanismos para poder transmitir las necesidades a los seres próximos. Y uno de ellos es a través de los sueños.
 
Cuando Juan se estiró en la cama, el pequeño Max se dio la vuelta y puso su pequeño brazo sobre el pecho de su padre. Y con aquel gesto abrió una conexión, un vínculo entre padre e hijo, con el que transmitió de nuevo un mensaje sin palabras. Aquella noche Juan volvería de nuevo al parque. 



*          *          *

 
Mensaje sin palabras surgió una noche observando a mi hijo mientras dormía. Me preguntaba qué sueños debe de tener un niño de dos años y cuáles son sus ilusiones. Yo no tengo recuerdos de cuando tenía esa edad, pero estoy convencido que para él el momento más importante del mundo es el ahora, no hay preocupaciones de lo que ha pasado ni de lo que tiene que venir. ¡Qué afortunado!
   
Sobre relaciones entre padres e hijos, sobre todo malas relaciones, se ha escrito y se escribirá mucho. Quiero aprovechar para mencionar una historia reciente publicada en forma de cómic sobre esta temática: "The Cartoonist", aunque no tanto para hablar de su hilo argumental, que por otro lado es muy consistente y gusta tanto a quien es aficionado al mundo del cómic como a quien no, sino para elogiar a su guionista, mi "muy amigo" Paco Hernández, quien es un ejemplo de consecución de sus objetivos a base de empeño, y a pesar de los obstáculos que se le han presentado en el camino y, por encima de todo, mostránsose siempre tal y como es.



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