martes, 25 de noviembre de 2014

Verdades desde la cuna

En mis días de instituto recuerdo que teníamos que aprender la vertiente filosófica del concepto de libertad. Teníamos que estudiar a los filósofos que opinaban que el hombre era libre por naturaleza y a los que no, y como justificaban en cada caso su postura. Odiaba aquella asignatura. Pues bien, ahora me tomo la libertad, y valga la redundancia, de hablar sobre ella.


La fotografía fue tomada en Werfen (Austria) en 2009


-¡Bien! ¡Por fin libre! Ya no sabía qué más hacer para entretenerme. Nueve meses dentro de la barriga de mamá se hacen muy largos. Pero al final ha valido la pena y ¡por fin soy libre para hacer lo que quiera!

-¡Pst! ¡Pst!

-¿Eh?

-Hola.

-¿Quién es? ¿Dónde estás?

-Estoy un poco más arriba de donde estás tú.

-¡Iiiiihhh! No puedo girar la cabeza. Me pesa mucho. ¡Qué rabia!

-No importa, tampoco me verías.

-¿Por qué no? ¡Ostras! ¡Si no veo! ¡Soy ciego! ¡Sólo veo manchas!

-No, no eres ciego, tienes que darle tiempo para poder ver.

-Vaya que susto. Pues anda que empezamos bien: medio ciego y paralítico.

-Tranquilo que esto luego mejora.

-Bueno, ¿y tú quien eres?

-Soy tu primo Lucas. He venido con mis padres para conocerte.

-¿Hace mucho que llegaste tú?

-Unos seis meses.

-¿Tanto? ¡Ya debes hacer de todo!

-No creas, las cosas van más despacio de lo que me imaginaba.

-Oye Lucas, ¿y a mi qué nombre me han puesto?

-Me ha parecido oír que te llamaban Guillermo.

-¿Guillermo? ¡No me fastidies! ¡Me llamarán Guille! Yo quería un nombre más tradicional, como Rogelio.

-...

-¿Estás ahí?

-Sí sí, sigo aquí.

-Oye, ¿y cómo es que podemos hablar?

-Se ve que mientras somos bebes aún estamos conectados.

-Eso está muy bien, ¿no?

-Espera a que alguno de esos se ponga a llorar.

-Bueno, ¿y qué tal la libertad? Yo me moría de ganas de salir, poder respirar profundamente y disfrutar del aire... Sssssssss... Bueno, este aire es un poco raro, pero da igual. Quiero hacer un montón de cosas: descubrir el mundo, conocer gente... ¡Disfrutar de mi libertad!

-Guille, ¡perdón! quería decir Guillermo, no te quiero desilusionar, pero por el tiempo que llevo aquí he visto que no es tan sencillo como te imaginas.

-¿No? ¿Y por qué no? Si bajamos aquí es precisamente por eso, ¿no?

-Antes tal vez sí, ahora las cosas han cambiado.

-¿Qué quieres decir?

-No sé, si quieres te cuento lo que he visto hasta ahora.

-A ver, dime.

-Para empezar no te creas que enseguida vas a poder hacer lo que te venga en gana; los primeros dieciocho años tendrás que depender de tus padres. Ellos te dirán qué puedes hacer y qué no.

-Bueno, eso lo entiendo porque… ¡Espera un momento! ¿Has dicho dieciocho años? ¿Eso cuantos días son?

-Pues unos... trescientos y pico más trescientos y pico más tres... Bastantes.

-¡Buf! Al menos luego ya podré hacer lo que quiera, ¿no?

-Bueno...

-¿Qué ocurre?

-He descubierto que las personas no podemos hacer exactamente lo que queramos.

-No te entiendo.

-Se ve que se han inventado unas normas que todo el mundo tenemos que cumplir.

-¿Normas?

-Sí, dicen qué está bien y qué está mal, donde puedes ir y donde no, cosas así.

-¿Me estás diciendo que no podré ir adonde quiera? ¡Menuda tontería!

-Es que al parecer todos los lugares tienen su dueño.

-Está claro que no me meteré en casa de nadie. Yo me refiero a moverme con libertad por el mundo.

-Pues eso mismo, no se conforman con tener un lugar donde vivir: los campos tienen dueño, los bosques también, las montañas..., hasta los animales.

-¿Cómo? ¿Pero quién nos creemos que somos? ¿Los amos del planeta?

-Pues más o menos.

-Entonces, cuando me quiera hacer una casa para vivir, ¿cómo lo voy a hacer?

-Tendrás que comprar el sitio a su propietario.

-¿Y eso por qué? Nos tendríamos que repartir el espacio entre todos, ¿no?

- Pues me temo que ya está todo repartido.

-No lo entiendo, ¿qué necesidad tenemos de poseer cosas que no nos pertenecen? Si nosotros estamos solamente de paso por aquí. ¿Tú lo entiendes?

-Por lo que he visto hasta ahora, se ve que cuantas más cosas tengas más te respetan.

-Me cuesta mucho comprenderlo. No le veo el sentido. ¡Espera! ¡Ah, ya lo he pillado! ¡Me estás gastando una broma!

-¿Broma? No, no, qué va.

-¿Seguro? A ver, mírame a los ojos.

-Si es lo que estoy haciendo todo el rato.

-¡Mierda! Es verdad, que no veo.

-…

-Entonces, si por lo visto no puedo ir adonde quiera, por lo menos podré escoger a qué dedicarme para ganarme la vida, ¿no?

-Sí, bien, en parte, trabajar podrás trabajar de lo que más te guste, pero para ello tendrás que pedir permiso y después dar parte del trabajo a unos señores que se encargan de gobernar al resto.

-¿Me estás diciendo que unos gobiernan a los demás? Habrá sido por la fuerza, ¿no?

-No, no, ellos mismos así lo han decidido y aceptan lo que aquellos digan.

-¿Me estás tomando el pelo?

-Nooo.

-Entonces, ¿por qué lo han hecho?

-Por lo que he visto, han entregado su libertad a cambio de otras cosas.

-¿Y qué puede ser más importante que la libertad?

-A cambio de protección, de un lugar donde ser atendido si nos ponemos enfermos, de un suelo liso por el que andar, de ciertas comodidades para desplazarnos y de cosas por el estilo.

-¡Pero a cambio de nuestra libertad! Por lo menos podré escoger, ¿no?

-¡Qué va! Allí donde naces has de cumplir con sus normas. Esas que han creado y que todo el mundo debe cumplir, donde dice qué está bien y qué está mal, qué es lo que está permitido, por no decir que han creado barreras para protegerse de las personas que viven lejos.

-¿Protegerse de otras personas? ¿Pero qué tontería es esa?

-Ya ves.

-Espera un momento, a ver si me aclaro. ¿Me estás diciendo que no podré moverme libremente por todo el mundo sin tener que pedir permiso?

-Así es.

-¿Que no podré hacerme mi casa donde quiera porque todo tiene propietario?

-Ajá.

-¿Y que para ganarme la vida tendré que dar parte de mi trabajo a unas personas que además me dicen qué puedo y qué no puedo hacer?

-Sí.

-Y por lo visto, no puedo escoger otra opción, ¿verdad?

-Veo que lo has captado.

-¿Pero por qué? ¡Yo no quiero eso! ¡No quiero normas! Yo quiero vivir sin que me digan qué puedo hacer y qué no. Quiero decidir por mi cuenta las cosas que están bien y las que están mal.

-Pues si no cumples las normas entonces te castigan quitándote tus pertenencias o encerrándote en lugares de los que no se puede salir.

-La gente debe tener mucho miedo.

-La verdad es que no. Ellos viven felices así, no parece que les importe demasiado haber perdido la libertad y son felices con sus comodidades. Además, me he dado cuenta de que viven rodeados de artefactos con los que se quedan abstraídos durante gran parte del día, con los que dicen que pueden hacer de todo, pero a mí me da la sensación de que están siendo manipulados a través de ellos.

-Estoy muy asustado, Lucas.

-Bueno…, hay una cosa positiva en todo esto.

-¿Sí? ¿Cuál es?

-Que esto que te he explicado se nos olvidará con el tiempo.


*         *          *


Hace tiempo descubrí el placer de escuchar música de piano (por el momento moderna, el gusto por la clásica todavía me tiene que llegar), tanto de autores "puros", como de multiinstrumentistas que usan el piano como base. He escuchado a Mertens, Einaudi, Yiruma, Costlow, Paternini, Tiersen e incluso alguna que otra banda sonora de película japonesa, incluyendo anime, en las que el piano toma un lugar preferencial. Y sin embargo, quien por el momento se ha encumbrado a la cima en mis preferencias pianísticas es un maestro italiano que en nuestro país (y por el momento) no tiene el reconocimiento que creo que se merece. Su nombre es Roberto Cacciapaglia y de entre sus piezas imprescindibles se encuentra este "Wild side" que a mi modo de ver ilustra magníficamente mi idea de libertad.




Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una