viernes, 29 de agosto de 2014

Moon on the man

La luna a lo largo de la historia ha inspirado a poetas, músicos y artistas en la creación de sus obras. Hay quien la ve como algo mágico, o como un deseo, una musa o algo imposible de alcanzar. Y hay quien, sin embargo, no ve más que una enorme roca capturada por nuestro planeta.

La fotografía fue tomada en La Garrotxa en 2011

-¿Eres Kocinski? -preguntó mirando de reojo al viejo.

-Ajá.

-¿Lo has traído?

-Ajá.

Wayne volvió la cabeza hacia su acompañante y de nuevo fijó su mirada en Kocinski.

-Sentaos -dijo finalmente el viejo haciendo un gesto vago con la mano.

Había oscurecido y con la noche la calma se había apoderado de las personas anónimas que estaban en aquel restaurante de carretera: seis o siete clientes sentados en la barra, una pareja jugando al billar y en una mesa tres personas que se habían encontrado.

La vida parecía incluso más intensa en el aparcamiento, donde los camioneros que trasnocharían allí se reunían alrededor de una hoguera improvisada y compartían historias de las que solamente ellos comprendían su significado.

En el interior, los dos invitados se habían sentado al otro lado de la mesa.

-¿Por qué nos has hecho venir hasta este lugar?

Las palabras de Wayne denotaban cierto grado de intranquilidad. Kocinski reparó en ello y sonrió levemente antes de responder.

-Me gusta hacer los negocios como se hacían antes -respondió desviando la mirada hacia el joven que lo acompañaba.

-Ya.

-¿Es tu hijo? -preguntó. Wayne no respondió enseguida. Quería terminar aquello lo más pronto posible y odiaba perder el tiempo en presentaciones.

-Él es Kevin, mi hijo mayor, el que seguirá el negocio -respondió. Kevin no dijo nada, se limitó a observar al viejo, manteniéndole la mirada como si de un desafío se tratase. Aquél no rehuyó esa invitación.

-Muy bien -dijo por fin Kocinski liberando al joven de su atadura. Se echó un poco hacia delante, lo justo para poder coger algo que tenía bajo la mesa. Padre e hijo, al otro lado, siguieron cada uno de sus movimientos en silencio.

Kocinski levantó con gran esfuerzo una extraña caja de color oscuro. Al dejarla sobre la mesa ésta tembló y por un momento dio la sensación de que se partiría en dos.

-¿Por qué pesa tanto? -preguntó Kevin con curiosidad. Wayne lo miró con cara de desaprobación, había quedado claro que el trato lo llevaría él.

-Es de plomo -respondió el viejo sonriendo con una mueca-. Por la radiación.

-¿Radiación? Eso es peligroso -dijo el joven alarmado. Su padre lo cogió del brazo y con una mirada le indicó que se mantuviera en silencio. Aunque fue Kocinski quien contestó.

-Tranquilo que esta radiación no te va a hacer daño.

Entonces la puerta del bar se abrió con un chirrido que cortó la tensión del momento. Un hombre joven apareció por la puerta y miró hacia el interior. Se dirigió a la barra, se sentó en un taburete y levantó ligeramente la solapa del sombrero antes de dirigirse al barman. Nada fuera de lo normal.

-¿Habéis traído el dinero? -preguntó Kocinski.

-Lo hemos traído, pero enséñanos primero lo que hay dentro -respondió Wayne.

El viejo sonrió y lentamente abrió uno tras otro los tres cierres de la caja. Clac, clac, clac. A continuación levantó despacio la tapa. Sus dos acompañantes involuntariamente se echaron hacia delante empujados por la curiosidad.

-Un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad -dijo a la vez que extraía del interior una roca de color blanquecino y de forma irregular. Con calma la dejó sobre la mesa, a media distancia entre él y sus invitados. Éstos permanecieron callados como si aquella piedra los hubiera hipnotizado.

-Tenemos que ir deprisa -dijo Kocinski despertándolos de su particular letargo al mismo tiempo que echaba una ojeada a su reloj.

-¿Cómo es que tienes tú esto? -preguntó Wayne.

-Y qué coño importa. Me la dio Aldrin personalmente.

El viejo parecía estar extrañamente nervioso. ¿Por qué tenía prisa ahora?

-¿Y cómo podemos saber que es autentica?

-Porque te lo digo yo.

-¿Tienes un certificado?

-No me hagas reír.

-No te vamos a pagar todo ese dinero porque sí, sin asegurarnos de que no nos quieres engañar.

Kocinski escudriñó a su interlocutor y después miró de nuevo su reloj.

-¿Lo quieres o no lo quieres? -preguntó seriamente. Wayne observó la roca, estaba nervioso. Respiró profundamente y miró al viejo. Aquél esperaba una respuesta.

-Me la tendría que llevar para analizarla -dijo.

-Cuando me des el dinero podrás hacer lo que quieras con ella.

-Te pagaré después.

-Je je... Olvídalo -dijo el viejo cogiendo de nuevo la roca y guardándola en la caja.

-¡Espera! -lo interrumpió Wayne. Kocinski se detuvo y levantó la mirada.

-¿La puedo coger? -Kocinski vaciló- Si quieres que te pague, voy a tener que comprobar qué es lo que estoy comprando, ¿no?

El viejo se lamió el labio inferior y finalmente le acercó la piedra a Wayne. Cuando éste la tuvo en las manos la volteó para observarla desde varios ángulos.

-¿Qué garantía me das?

-Aquí me puedes encontrar cada noche.

Wayne parecía estudiar las opciones que le quedaban, pero sabía que no había más que una.

-Papá, es mucho dinero -su hijo interrumpió sus pensamientos.

-Déjame Kevin, sé lo que estoy haciendo -le respondió sin dejar de mirar al viejo.

Aquella era una oportunidad única. Para un tratante de antigüedades era lo máximo a lo que se podía aspirar. Además ya tenía un comprador y una cantidad que alcanzaba las siete cifras. El gran golpe. Pero a la vez corría un enorme riesgo. No era experto en piedras lunares, casi nadie podía serlo. No había tenido la oportunidad de tener ninguna entre manos y con simples fotografías no podía certificar su autenticidad.

Dejó el objeto lentamente sobre la mesa y volvió la cabeza hacia su hijo.

-Dame el maletín -dijo.

-Papá -respondió él con voz alarmada.

-¡He dicho que me des el maletín! -insistió Wayne levantando el tono de voz. Kevin obedeció y colocó sobre la mesa un maletín de color negro. Wayne abrió los seguros y se lo pasó a Kocinski.

-Doscientos mil -dijo. El viejo alargó sus brazos, pero antes de que pudiera levantar la tapa, Wayne puso su mano encima.

-Y tu vida si nos has engañado -añadió. Kocinski levantó la vista y se lo quedó mirando.

-Tranquilo, pronto sabrás que es autentica -respondió. Wayne, extrañado, miró a su hijo y éste oteó a su alrededor. Nada fuera de lo normal.

-¿Qué quieres decir? ¿¡No nos la habrás jugado!? -exclamó con agresividad.

-Cálmate. No hay ninguna trampa. Yo soy un hombre de palabra.

La tensión se podía palpar en el ambiente. Había mucho en juego y Wayne no quería que aquello se le fuera de las manos. Y en ese momento tenía la sensación de que las cartas estaban marcadas y que el viejo llevaba la mano ganadora.

-¡Kevin! ¡Dame la bolsa! -ordenó.

Cogió la roca y la introdujo en su interior.

-Nos vamos -indicó y ambos se levantaron de sus sillas.

-¿No queréis la caja? -preguntó Kocinski. Wayne miró al viejo con la misma desconfianza con la que lo había mirado desde que entró en el restaurante. Desvió la vista hacia la caja de plomo y se dio la vuelta sin responder.

Abandonaron el bar con rapidez, deseando llegar al coche y salir de aquel lugar. Temían que en cualquier momento surgiera una amenaza o se vieran en medio de una encerrona. Pero nada de eso ocurrió.

Kocinski observó desde su silla la salida de sus clientes y, cuando los perdió de vista tras la puerta, miró de nuevo su reloj y gesticuló una leve mueca. A continuación, cogió el maletín, se levantó y con calma se dirigió hacia la salida trasera del local.

Mientras caminaba despacio pudo escuchar las voces de los que había tanto dentro como fuera del restaurante.

-Creo que me estoy mareando -dijo una voz.

-No eres tú, aquí pasa algo raro. ¡Mira las bolas! ¡Se están moviendo solas! -respondió otra voz.

-¿¡Pero qué coño está pasando!? De repente me siento más ligero -añadió otra. El murmullo de voces en el interior del local fue en aumento y el nerviosismo se fue apoderando de aquellas personas.

Una vez en el exterior, escuchó otras voces menos desconocidas.

-¿¡Papá, qué está pasando!?

-¡Pero qué coño! ¡Algo está tirando de la bolsa hacia arriba!

-¿Arriba? -silencio-. ¡Joder! ¡La luna! ¡Va a chocar con nosotros!

-¡Mierda! ¡Se me lleva!

-¡Papá! ¡Suéltala!

-¡Aaaahhhh! -un golpe.

-¡Papá! ¿¡Estás bien!?

-¡Mierda! ¡Creo que me he roto algo! ¿Y la bolsa? ¡La piedra! ¡Tiene que haber caído por algún lado! ¡Búscala! -silencio.

-No, no ha caído -silencio-. Se la ha llevado la luna.

-¡No digas gilipolleces! Como coño se va a... -silencio.

-Se está alejando...



*          *          *


El título y la ambientación de la historia se han tomado prestados de la canción "Man on the Moon" de R.E.M. La canción que por aquellos tiempos me abrió las puertas del maravilloso mundo de la música. Un homenaje para este primer post del blog.




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